Poniendo a salvo la diversidad biológica: las Arcas de Noé del siglo XXI

Entrada a la Cámara Global de Semillas de Svalbard (Fuente)
Se calcula que una de cada cinco especies de plantas está amenazada de extinción. El 20% de los seres que soportan el peso de la vida en la Tierra, una quinta parte de los cimientos de nuestra existencia, corre un grave riesgo de extinguirse en los próximos años. De hecho, cada año unas 1.000 especies vegetales desaparecen para siempre de nuestro entorno. Y podrían ser más. Aún quedan muchas por descubrir, y cada nuevo hallazgo tiene todas las papeletas para entrar casi de inmediato en la lista roja. Eso por no hablar de las que nunca llegaremos a ver, porque se fueron antes incluso de que intuyéramos su presencia.

Pero que estemos acabando con ellas no significa que ya no dependamos de ellas. Lo hacemos, y mucho. Tanto que, sin plantas, todas las especies animales del planeta se extinguirían, incluidos nosotros. Por eso, en algunos lugares del mundo se afanan en guardar la mayor cantidad de semillas posible, para asegurarse de que, en caso de que ocurra una gran catástrofe, (algo así como la aparición del Homo Sapiens, supongo) la vida continúe, o al menos tenga posibilidades.

Semillas almacenadas en la Cámara Global de Semillas de Svalbard (Fuente)
Eso es exactamente lo que se esconde bajo el rimbombante sobrenombre de Bóveda del Fin del Mundo: un banco de semillas. Pero no uno cualquiera, sino el banco de semillas más grande del planeta dedicado a especies de cultivo. Su nombre real es Cámara Global de Semillas de Svalbard, y se encuentra en el archipiélago noruego del mismo nombre, junto a la localidad de Longyearbyen, a escasos mil kilómetros del Círculo Polar Ártico.

La Cámara Global de Semillas de Svalvard está formada por un conjunto de túneles subterráneos que se adentran hasta 150 metros en el interior de la montaña, diseñados para soportar cualquier tipo de catástrofe durante los próximos mil años: desde una guerra nuclear, hasta la caída de un meteorito, o el cambio climático.

De su gestión se encarga la Global Crop Diversity Trust, una fundación internacional cuyo fin es asegurar la conservación de la diversidad de semillas en la tierra.


Recreación de la Cámara (Fuente)
La Cámara comenzó a operar en 2008, y ya acumula en su interior 740.000 muestras de semillas, aunque aún está lejos de alcanzar su máxima capacidad: 2.250 millones. La cantidad puede parecer enorme (no en vano es la más grande del mundo), pero hay que tener en cuenta que una sola especie como el trigo puede tener hasta 200.000 variedades distintas, cada una de ellas con diferentes características.

Para su perfecta conservación, las semillas se mantienen a una temperatura de -18ºC, y gracias a su ubicación, en el caso de que se produjera un fallo eléctrico que impidiera la refrigeración artificial, el permafrost (la capa de hielo permanente que cubre a esta zona del planeta) mantendría la temperatura de las cámaras en condiciones bajo cero.

Cary Fowler, director ejecutivo del Global Crop Diversity Trust, sostiene muestras de guisantes junto a la Cámara Global de Semillas de Svalbard (Fuente)
Los animales también son importantes

El objetivo del Proyecto Arca Helada es similar al objetivo de la Cámara Global de Semillas de Svalbard, aunque en este caso, las muestras a conservar no son semillas, sino material genético de distintos animales.

Este proyecto vio la luz en el año 1996 como respuesta a la enorme pérdida de biodiversidad a la que nos enfrentamos. Con él colaboran numerosos zoológicos, fundaciones y universidades de toda Europa, que en conjunto tienen en su haber más de 48.000 muestras de 5.500 especies animales distintas.

Muestras biológicas en el San Diego Frozen Zoo (Fuente)
Al otro lado del charco, en Estados Unidos, el Zoo Helado de San Diego, puesto en funcionamiento en 1976, posee una colección de 8.400 muestras biológicas (sobre todo embriones y huevos) de más de 800 especies y subespecies conservadas en nitrógeno líquido a -196ºC.

A pesar de que estas iniciativas resultan reconfortantes, es posible que no sirvan de nada si continuamos con nuestro ritmo de destrucción. La clave no está en preservar muestras animales o vegetales, sino en conservar hábitats, algo en lo que hemos fracasado estrepitosamente.

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